Era un hombre del campo ¡tan sincero!,
cultivaba los frutos con las manos,
con gran dedicación y mucho esmero;
de un espíritu noble, de los llanos,
poniéndole a la tierra su pasión,
al lado de su madre y sus hermanos.
Adherida a sus labios la canción,
tarareaba siempre muy sereno,
entonando su voz por la región.
Me llega su fragancia a trigo y heno,
aromas de tomillo, jara y menta,
de maíz, de cebada y de centeno.
Ya a la sombra de un árbol no se sienta
a descansar un rato del trabajo,
cuando el tórrido sol su piel calienta.
Preparaba los surcos a destajo,
con gran constancia, ¡ya no los prepara!,
y quitaba de paso algún yerbajo.
Él calmaba su sed con agua clara,
que sacaba del pozo oscuro y frío,
lavándose las manos y la cara.
De su tierra partió con mucho brío,
en un día de junio, emprendió viaje
hacia eternas corrientes del Gran Río,
se marchó muy ligero de equipaje.
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