Mostrando entradas con la etiqueta Prosa poética. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Prosa poética. Mostrar todas las entradas

miércoles, 23 de mayo de 2018

A las puertas de la poesía y la mística (En el atrio del templo)



En un día de los más remotos siglos, me puse a caminar con pasos esquizofrénicos, sin parar, hacia ningún sitio.
Caminé por el cielo, también por el infierno de mis sueños. Dadme la verdad, pedía, dadme la verdad que todos poseéis, que vengo de muy lejos, más allá del absurdo, más allá de los pilares del mundo, dadme la sabiduría que todos poseéis, que no sé dónde voy; y un niño me ofreció un beso y una sonrisa, un beso pequeño como sus labios y grande como su inocencia, y una sonrisa limpia como el rocío y sana como la alborada.

Luego vi a un delincuente común, de la casta de los parias y marginados, salido de chabolas y suburbios, que me robó un poco de mi amor y lo metió en una caja en la que escondía más cariño, guardándola para que no se la viera nadie, mientras sonreía en su ensimismamiento.
También vi hombres pequeños, enanos de corazón, someter a multitudes que pedían pan, mientras ellos nadaban en la abundancia.
Y una prole de hombres de buena posición, honrados por lo brillantes y limpias que estaban sus máscaras, que ataban y esparcían cadenas de maldición social sobre pecadores y vividores.
Vi muchas clases de personalidad y etiqueta; cerré los ojos pensando donde me encontraba yo, en fin, pensando sobre todo y, cuando los abrí, vi al hombre; volví a cerrarlos y, cuando los volví a abrir, ya no vi nada...

Seguí caminando por caminos ocultos, buscando una sombra donde cobijarme, pero no vi otra sombra que la mía, mi sombra era grande, pero no podía refugiarme en ella, porque siempre estaba delante o al lado o detrás; luché desesperadamente por taparme con ella, sin conseguir nada y, cuando caí exhausto de calor y agotamiento, la noche cubrió la tierra; un refrigerio recorrió mi cuerpo y mi alma, y amé la noche.

Mágica era la noche y las estrellas hermosas y, cuando más metido estaba en el éxtasis, apareció un fantasma que me hizo estremecer, era el frío que calaba mis huesos, y mi cuerpo tiritaba de frío, y mi alma luchaba con mi cuerpo; pero en esta lucha salió el sol, llenándome de bienestar, y amé al sol, y comprendí el equilibrio existente entre la noche y el día de mis esperanzas.

Las esperanzas eran buenas y los caminos oscuros, cuando caminaba desnudo ante el sol, ¿cómo puede ser esto? me pregunté; así fue como descubrí que llevaba gafas de ciego; me las quité y el sol cegó mis ojos, pues estaban acostumbrados a la oscuridad; desde entonces siempre llevo gafas, y me las quito poco a poco para que mis ojos se vayan acostumbrando al sol, poder mirarlo cara a cara y caminar libremente por sus claros caminos.

Lo irreal y lo real se mezclan, haciendo una gran masa, difícil de separar por las manos del sabio y del loco. 

Seguí caminando buscando la vida, por esos caminos de Dios, de aquí para allá, a tientas, sin saber a dónde dirigir mis pasos, buscando vivencias, sentimientos perdidos, emociones...; caminaba ilusionado porque me sentía vivo, tratando de desenmarañar el misterio de la existencia; buscando maestros ocultos, escondidos vigilantes de nuestros pensamientos, guías de nuestros complicados caminos, apartados de la bruma cotidiana.
Soñaba con el amanecer de mis sueños, con el despertar de mis ilusiones, con la realidad oculta detrás de todas las cosas; deseaba encontrar esa realidad a toda costa, sabiendo que tendría que cruzar los senderos de la locura, el desierto de la soledad, el túnel del dolor.

“Acuéstate sobre el amor,
deja que él te lleve y no hagas nada,
súbete sobre sus lomos
y verás aparecer flores a su paso,
verás creados firmamentos tras su estela,
acuéstate y no hagas nada,
y descansarás plácidamente,
sonriendo de paz y armonía;
ten fuerza, olvídate de ti y que el actúe".

Esta voz venía imperiosa a mis oídos desde los confines de la creación, venía armada de poder para demostrarme que era cierto; nada tenía que decir ante esto, pues las palabras eran obras, y me sentía débil, solo por tiempos lo conseguía, alegrándome como un niño cuando da sus primeros pasos. Pero rápido me caía en el mundo de las sombras, mis cadenas tiraban hacia abajo, y yo luchaba intentando romperlas, pero inútilmente, pues eran fuertes aparentemente; solo la fuerza de la fe, y de la entrega total, sin miedo a lo que viniere, las rompían; y cuando esto ocurría, me sentía libre, ligero para volar donde el viento me llevara, para mostrarme lo nuevo a mis ojos.
Las cosas se transformaban por sí mismas al paso del amor; lo oscuro se volvía claro, lo pesado ligero, y yo sonreía mientras el amor me acariciaba y se complacía en mostrarme las maravillas de su reino. 

Por los jardines del reino bendecido paseaba, cuando vi al poeta entonando cánticos a la noche:
“Noche perfumada con fragancia de plenitud,
creadora de sueños de pacifica libertad,
sin límites ni fronteras que no se derrumben 
al paso del amor, que se abre y extiende
hasta los confines del universo,
vibrando como música celeste,
dulce a todos los oídos...
Mágica noche,
sencilla más que la sencillez,
que abriste mi corazón
para que se postrara ante el trono de la belleza,
que le hiciste volar por lo que es nuestro,
por lo que fue creado para nosotros,
qué pena que no apreciemos lo que tenemos,
pues todo es nuestro“.
Me acerqué y le saludé, y vi multitud de pájaros escucharle, mientras les decía:
“En la unión con la vida, la vida me entrega a todos, porque a todos pertenezco como a todos pertenece ella. 
No tengo nada que ofreceros pues todo es vuestro“. 
Me miró sonriendo y dijo:
“Allí, donde las estrellas brillan con vivos colores,
danzando al son de la música celeste,
donde la providencia juega con los pasos del destino,
donde los niños son maestros de la ciencia divina,
donde el tiempo se detiene para escucharnos,
donde los pájaros susurran al oído mensajes del creador/a,
donde las palabras se reflejan en el fondo del silencio,
donde el misterio es natural y lo natural misterio,
donde la paz descansa sobre el corazón de la vida...
Allí tenemos una cita, hermano“.
Y así fue como amé al poeta que todos llevamos dentro...

Creo en ti bella estrella,
que me alumbraste cuando la noche caía sobre mí,
que me enseñaste un extenso camino a seguir,
entre la multitud de mis dudas,
y me dijiste: “Ándalo si puedes“,
con voz desafiante.
Creo en ti hermosa estrella,
no dejes de brillar pues moriría...

Seguí caminando por mundos inexistentes, con mi locura a cuestas, hacia el corazón del monte santo, nadie a la vista, majestuosa la nada ante mí.

Llévame poderoso viento donde nadie me encuentre,
reúneme con los exiliados de la cordura,
con los pasajeros del tiempo,
fugitivos de la angustia opresora,
refugiados en los olorosos álamos,
invisibles para el ojo esclavo,
y apartados de un mundo
que nada tenía que ver con sus sueños.
Así era mi sentir cuando vi a aquel hombre de aura misteriosa a lo lejos, pero cuando me acerque ya no estaba, y grite:
"Caminante que pasas por el mundo sin apenas tocarlo,
como volando pasas,
silencioso y sonriente,
ignorado como si no existieras;
tú que enseñas sin ser visto,
que ayudas sin que nadie sepa quien ha sido,
y cuando alguien nota tu presencia,
y fija en ti su mirada,
desapareces como una estrella fugaz,
que apenas si la vemos.
El amor que está detrás de todas las cosas,
es el que guía tus pasos,
y son tan grandes tus huellas,
que no se ven si no miramos desde arriba,
desde muy arriba hay que mirar
para verlas con claridad".

Cuando terminé de hablar, un suave viento susurró a mis oídos, palabras incomprensibles sobre ese hombre, y me fui diciendo:
“Se fue,
todos vieron cómo se iba,
se marchó y nadie supo a donde,
nadie le volvió a ver,
¿Qué estrella le guiaría?
¿Qué rayo misterioso tocaría su frente ?
¿Qué fuerza oculta le apartaría de los hombres?
Se fue y no le volvieron a ver.

Algunos dicen que vieron su fantasma
vagando por las calles,
otros que camina por las montañas,
o que se había refugiado para adorar a Dios,
otros decían que en el desierto tenía su morada.
Pero tú, espíritu del profeta,
sabes dónde está,
y también sabes que vaga por las calles,
camina por las montañas,
adora a Dios y mora en el desierto".

Muchas cosas ocurrieron caminando por el tiempo,
pero pasó... Pasó todo... Silencio... Solo silencio...

Mundo que te muestras tras las puertas de la soledad profunda, 
grandiosas dimensiones que sonríen con el no-ser, siendo, 
con la sonrisa amplia y complaciente del no-saber, sabiendo;
inmensos caminos, limitados por las pequeñas fronteras que los siglos han hecho grandes, tras la sombra de la ignorancia del espíritu, de la debilidad del alma.
Crepúsculo de la experiencia, poderío de la gran calma,
la mente no te comprende, porque la mente es limitada e inquieta.
Poderoso vendaval que levantas el espíritu a regiones insospechadas, inspirador de poetas, iluminador de santos, tu eres el padre-madre de la vida.

“Vida” ¡Que bella palabra!
pero no vida, así, a secas, sino “Vida", 
sintiendo como corre por todo nuestro ser,
viendo cómo se desliza como el agua pura entre las rocas,
haciendo música celestial.
¡Majestuosa! en su sencillez y naturalidad.
“Vida”, en la paz de una puesta de sol,
vista desde lo más profundo y sencillo de tu alma.
“Vida”, en el volar del espíritu a las maravillas del amor puro, sin intereses, 
vacío de todo, pero lleno de sí mismo.
“Vida”, que vas más allá de la muerte y la arrasas, convirtiéndola en ti misma.

Te encontraron los que vencieron las pruebas que tú les pusiste y se gozaron de ti, les diste descanso, les diste Paz.



martes, 27 de enero de 2015

El jardín de las luciernagas




Todo es luminoso en el jardín de las luciérnagas, flores fluorescentes, con destellos multicolores, titilan orgullosas cuando la brisa las mueve en los prados del anhelo. 
Lámparas de la noche, iluminan junto a la luna los senderos de los sueños y traspasan el umbral de las metáforas, a través de un diafragma onírico de sentimientos.
Miran los ojos transformados en pupilas que contienen universos centelleantes, sorprendidos y extasiados en cada mirada, en cada paso del momento, sumergidos en la eternidad del instante.
El presente se agiganta y contiene todo el tiempo de los relojes, todo gira en torno a él a una velocidad tan rápida, que apenas parece moverse.
Y vuela, vuela la sutil esencia que se desprende en cada latir, en cada inspiración y espiración se funde con el perfume de la vida, que se alimenta de aromas y experiencias.
Todo es maravilloso, todo es milagro en el jardín de las luciérnagas, la magia como polen fecunda las neuronas de estrellas y galaxias, pariendo luego la imaginación y la creatividad del fuego sagrado, que hace que todo sea posible.
Ya no hay marcha atrás, nunca hubo principio y no hay final, los senderos se bifurcan y expanden en todas direcciones, el centro está en todos los sitios, y la nada contiene al infinito. 
En el jardín de las luciérnagas todo forma parte de todo y solo existe el número uno, que por mucho que se divida tiende a multiplicarse para volver hacia sí mismo, pues la unión siempre estuvo.
Y en medio del jardín un palacio de cristal transparente, donde los destellos del prisma bailan con las notas musicales, en la armónica alegría de los arcos iris, que son puentes entre mundos, que son brazos que se abrazan, que son manos que se estrechan. Y dentro del palacio una luz, que deslumbra con suavidad e irradia energía vital, y en cada inhalación te renueva.
Todo es luminoso en el jardín de las luciérnagas, el amor ilumina sus ojos y ellas no son ciegas, la música acaricia sus oídos y estos no son sordos…




viernes, 9 de enero de 2015

Platero y las golondrinas (Cuadro de Reyes Ferrandiz)



Las casas encaladas hacían más radiante la mañana de ese día de primavera, los pajarillos peinaban el aire al ritmo de bulería,  y los niños jugaban al lado  una alberca al “pilla pilla”.
 Los niños nos vieron venir y en bandada volaron a nuestro encuentro, entre bromas, risas y enredos.
 Los negros ojos de Platero brillaban con luz propia, pero cuando veía a los pequeños se hacían centellas, ¡brillaban como luceros! 
 Yo conocía bien el juego que tenía con ellos, él los esperaba como distraído,  meloso, de todo ajeno, y cuando lo iban a tocar, trotaba alegre y flamenco para detenerse luego, bromeando, hasta que al fin les dejaba que acariciaran su suave pelo.
 Pero ese día se quedó “embelesao” mirando al cielo, los niños pensaban que era broma y se acercaron con tiento, pensaban que cuando fueran a tocarlo saldría corriendo , pero él seguía inmóvil, quedo.
- ¿Qué te pasa, Platero? Los zagales quieren jugar y montar tu blanquito lomo.
  Miramos arriba, con gran curiosidad, y vimos dos golondrinas en una cuerda posadas, parecían enamoradas, que miraban un mismo sueño e imaginaban nuevos vuelos. 
Estaba “ensimismao”, como cuando se contempla lo bello, a la vez que una chiquita nube de melancolía, (como las que no había ese soleado día) se reflejó en su mirada. Miró a los pequeños, luego a mí, y después nuevamente a las golondrinas…
 Los críos se fueron diciendo: 
- ¡Que aburrido estás hoy Platero, pareciera estás lelo!
 Pero yo, si soy sincero, imaginé a Platero junto a una borriquilla amiga, compañera de juegos.