La lluvia caía armoniosamente
reverdeciendo la tierra,
el agua se deslizaba por mis cabellos,
por mis sonrientes labios,
como queriendo acariciarme,
era amable la lluvia;
mi espíritu la amaba,
y mientras yo me mojaba,
chorreaba,
¡que libertad!, ¡que belleza!.
Yo no entendía
como la gente se escondía de ella,
como si tuvieran miedo
a tan sencilla compañera.
Pero no era yo solo
el que sentía la poesía de la lluvia,
por allí había
alguien mas mojándose,
con la mirada puesta al horizonte,
y con rostro resplandeciente.
Apenas nos miramos,
pero nos abrazamos con la mente,
de la misma forma
que abrazábamos la lluvia.
que abrazábamos la lluvia.
No, no cogí ningún resfriado,
pues ya he dicho que la lluvia,
era benevolente aquel día...
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